Juan Carlos Abreu, el trazo para si mismo... y para todo lo demás.
Los toros, los caballos, los gallos. El mundo y el tempo de los animales de lidia, de esfuerzo, de sacrificio. El verde suave, encendido, clave, juguetón. La tierra rosa y colorada. Los cuernos, los ojos, las plumas, las aves. Juan Carlos Abreu Lavariega es un zoólogo de la fiesta y de su amoroso cuidado, de la contemplación que por esmeraldas y rojos senderos hacen seres vivos a los que muchos les quieren negar su humanidad.
“El arte es como la vida misma, tiene que haber evolución y cambio”, es lo que dice y practica Abreu quien describe su infancia como acompañada de amorosos fantasmas y una becerrita con la que a los nueve años salía a correr como si ella fuera su mascota. Pintor de experiencias y vivencias que busca reflejar en otros colores, en otras formas, en su trabajo busca que el detalle también vaya cambiando y guiando evoluciones que nos permitan a las y los que vemos sus trazos el liberarnos de todo el peso de nuestras propias e inconfesas obsesiones.
Impresionista, figurativo, empírico y experimental en sus bestias de corazón abierto, afecto a los clásicos, a los no clásicos y a todo lo que perciban su alma y sus ojos. Lo mismo en el óleo, que en hoja de oro, oro líquido, gouache y soportes de tela y papel, el artista siempre gusta de aclarar que lo único que nunca le gustaría pintar son “pinturas que se vuelvan blancas y que al final no transmitan nada”.
Aunque Juan Carlos Abreu dibuja desde pequeño, fue solo hasta 2014 cuando sintió verdaderamente haber comenzado a llegar a lo que siempre buscó en su trazo luego de que en su adolescencia y gracias a su tozudez tuvo la oportunidad de atestiguar como el legendario Rodolfo Morales en plena acción creadora, hacia gritar al lienzo.
Su origen de pradera, montaña y milpa; los pollos, los plantíos de calabaza y frijol que en las vacaciones de su infancia se convirtieron en su campo de juegos y obligaciones autoimpuestas, se han significado para el autor oaxaqueño en un mantra que no le interesa esconder en rodeos de simulaciones y embustes.
“Cuando regresé a pintar pensé que ya se me había olvidado y que nunca más iba a poder completar nuevamente un cuadro. Después ya no lo pude volver a dejar”, expresa Abreu, también diseñador gráfico, sobre como los miedos, las incertidumbres o el volver a pintar encima de lo que falta por descubrir fue lo que lo llevó a poco a poco a ir apartando su vida de aquello que no fuera pintar.
“Los años que más he disfrutado, que más he imaginado, visto y pensado, son estos de mi vida con el cuadro”, confiesa el artista al que nunca dejará de maravillarle la simbiosis que un espectador pueda establecer con una de sus imágenes, con uno de sus colores, con alguna de sus combinaciones, que ahora mutan cada vez más hacia la escultura, para la cual el creador se mantiene estricto en sus rutinas y tiempos de creación.
“Oaxaca me ha aportado todo. La Sierra, la Costa, la Mixteca, la diversidad como un todo frontal donde la cultura es el arte del agua y de los ríos”, remite el artista sobre el terruño y las regiones y partes que lo componen. “Uno no escoge ser pintor, es la pintura la que un día te encuentra y te va susurrando que hacer, quien ser”, es lo último que Juan Carlos Abreu sentencia para sí mismo antes de iniciar de nuevo.
Los toros, los caballos, los gallos. El mundo y el tempo de los animales de lidia, de esfuerzo, de sacrificio. El verde suave, encendido, clave, juguetón. La tierra rosa y colorada. Los cuernos, los ojos, las plumas, las aves. Juan Carlos Abreu Lavariega es un zoólogo de la fiesta y de su amoroso cuidado, de la contemplación que por esmeraldas y rojos senderos hacen seres vivos a los que muchos les quieren negar su humanidad.
“El arte es como la vida misma, tiene que haber evolución y cambio”, es lo que dice y practica Abreu quien describe su infancia como acompañada de amorosos fantasmas y una becerrita con la que a los nueve años salía a correr como si ella fuera su mascota. Pintor de experiencias y vivencias que busca reflejar en otros colores, en otras formas, en su trabajo busca que el detalle también vaya cambiando y guiando evoluciones que nos permitan a las y los que vemos sus trazos el liberarnos de todo el peso de nuestras propias e inconfesas obsesiones.
Impresionista, figurativo, empírico y experimental en sus bestias de corazón abierto, afecto a los clásicos, a los no clásicos y a todo lo que perciban su alma y sus ojos. Lo mismo en el óleo, que en hoja de oro, oro líquido, gouache y soportes de tela y papel, el artista siempre gusta de aclarar que lo único que nunca le gustaría pintar son “pinturas que se vuelvan blancas y que al final no transmitan nada”.
Aunque Juan Carlos Abreu dibuja desde pequeño, fue solo hasta 2014 cuando sintió verdaderamente haber comenzado a llegar a lo que siempre buscó en su trazo luego de que en su adolescencia y gracias a su tozudez tuvo la oportunidad de atestiguar como el legendario Rodolfo Morales en plena acción creadora, hacia gritar al lienzo.
Su origen de pradera, montaña y milpa; los pollos, los plantíos de calabaza y frijol que en las vacaciones de su infancia se convirtieron en su campo de juegos y obligaciones autoimpuestas, se han significado para el autor oaxaqueño en un mantra que no le interesa esconder en rodeos de simulaciones y embustes.
“Cuando regresé a pintar pensé que ya se me había olvidado y que nunca más iba a poder completar nuevamente un cuadro. Después ya no lo pude volver a dejar”, expresa Abreu, también diseñador gráfico, sobre como los miedos, las incertidumbres o el volver a pintar encima de lo que falta por descubrir fue lo que lo llevó a poco a poco a ir apartando su vida de aquello que no fuera pintar.
“Los años que más he disfrutado, que más he imaginado, visto y pensado, son estos de mi vida con el cuadro”, confiesa el artista al que nunca dejará de maravillarle la simbiosis que un espectador pueda establecer con una de sus imágenes, con uno de sus colores, con alguna de sus combinaciones, que ahora mutan cada vez más hacia la escultura, para la cual el creador se mantiene estricto en sus rutinas y tiempos de creación.
“Oaxaca me ha aportado todo. La Sierra, la Costa, la Mixteca, la diversidad como un todo frontal donde la cultura es el arte del agua y de los ríos”, remite el artista sobre el terruño y las regiones y partes que lo componen. “Uno no escoge ser pintor, es la pintura la que un día te encuentra y te va susurrando que hacer, quien ser”, es lo último que Juan Carlos Abreu sentencia para sí mismo antes de iniciar de nuevo.
Rodrigo Islas Brito